La Santidad de la Familia y de la Iglesia

La Santidad de la Familia y de la Iglesia


La santidad de mente y de obras es una de las virtudes más importantes que debe caracterizar a los cristianos. No se trata solo de cumplir con los mandamientos externos, sino de tener un corazón puro y sincero que refleje el amor de Dios en todo lo que hacemos y decimos. La santidad no es solo para los momentos en que estamos en público, sino que debe ser una realidad constante en nuestra vida privada. ¿Por qué es tan importante la santidad? Porque es la voluntad de Dios para nosotros, porque es la forma de honrar a nuestro Salvador que nos redimió con su sangre, y porque es la manera de evitar el terrible juicio de Dios que caerá sobre los que practican el pecado y la maldad.

La Biblia nos dice que Dios es santo y que nos llama a ser santos como él (1 Pedro 1:15-16). También nos dice que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). La santidad implica separarnos del mundo y sus contaminaciones, y consagrarnos a Dios y su servicio. La santidad implica renunciar a nuestros deseos carnales y someternos al Espíritu Santo que nos guía a toda verdad. La santidad implica vivir en obediencia a la Palabra de Dios y en comunión con los hermanos.

La santidad no es solo un asunto individual, sino también familiar y eclesial. Las familias cristianas deben ser un reflejo del amor y la pureza de Dios en el hogar. Los padres deben educar a sus hijos en el temor de Dios y en el respeto mutuo. Los esposos deben amarse y honrarse como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Los hijos deben obedecer a sus padres y honrarlos como el Señor manda. Las familias cristianas deben ser un testimonio de la gracia de Dios ante el mundo.

La iglesia también debe ser santa, pues es el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Los miembros de la iglesia deben cuidar la unidad y la paz, y evitar las divisiones y los conflictos. Los líderes de la iglesia deben ser ejemplos de fe, integridad y servicio, y velar por el bienestar espiritual del rebaño. La iglesia debe predicar el evangelio con fidelidad y valentía, y practicar la justicia y la misericordia con los necesitados. La iglesia debe ser una luz en medio de las tinieblas.

Si queremos ser santos, debemos contar con la ayuda divina. No podemos lograr la santidad por nuestras propias fuerzas, sino por la obra del Espíritu Santo en nosotros. Él nos convence de pecado, nos regenera, nos santifica y nos capacita para hacer la voluntad de Dios. Debemos orar constantemente pidiendo su dirección y su poder. Debemos leer y meditar en la Palabra de Dios, que es nuestra norma de fe y conducta. Debemos confesar nuestros pecados y arrepentirnos de ellos. Debemos buscar la comunión con otros creyentes que nos animen y nos corrijan.

La santidad no es una opción, sino una obligación para los cristianos. Si no somos santos, desobedecemos a Dios, deshonramos a Cristo, entristecemos al Espíritu Santo, perdemos las bendiciones divinas, damos mal testimonio al mundo, y nos exponemos al juicio de Dios que ama la santidad y la verdad, y aborrece el pecado y toda maldad. Por eso, hagamos todo lo posible por ser santos en mente y en obras, en público pero mucho más en privado.

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